miércoles, 12 de noviembre de 2008

ELSINOR .- Alicia Dauvin del Solar


¡Qué pena! Llegamos para morir.

Decididamente debo aprehenderla. De algún modo constatar que ella, a veces es casi impredecible, y no es algo que esté más allá de uno mismo, porque desde el día en que nací se desarrolló conmigo. Aunque es muy individual y discierne paralelamente por sí sola, y que hace lo suyo, y que puede accionar si no estamos de acuerdo. Es como mi sombra, se mueve a la par y al ritmo del corazón vaya donde vaya, tal cual, a como yo me desplazo. A veces mi propio accionar no ha sido más que un mutuo acuerdo entre ambas, y para hacer lo que estoy haciendo, precisamente ahora, dependo de ese tremendo ánimo de acatar, porque su fuerza se potencia conmigo.
Yo sé que dentro de mí, no estoy sola, hay una conviviente sigilosa, y a fin de cuentas, es ella quien decide, aunque, más de las veces, yo presido la existencia. Lo fundamental, entre ella y yo, no es quien decide, lo grandioso es que entre ella y yo somos una dualidad, una empatía indivisible y espontánea y equivalentemente a nuestra propia urgencia. ¡Jamás debo descuidar la retaguardia, conozco sus intenciones, porque a veces la convivencia se torna desastrosa! Últimamente, no hace más que recriminarme como si yo fuese el peor error, no ha dimensionado, que a nadie le gusta vivir bajo sus mares. Pero hay días en que yo le doy como un cuchillo a una sola urgencia suya, por eso, no me expongo en su camino ni permanezco por mucho tiempo en un mismo lugar, para que no sepa en dónde hallarme. ¡Esa es mi catarsis aunque ella, siempre está al asecho!

Como el sol alumbra desde muy temprano enrojeciendo la campiña bajo un cielo bermellón, ahíto de presagios, decido salir furtivamente por la puerta de atrás para que nadie se entere porque hoy es un día exclusivamente para mí. Debo recordarles, antes que nada, voy al encuentro con Ulises y hoy día, precisamente, es una fecha que él, no olvidará jamás.
Los cerros y quebradas están ahí, es de sabido que conozco todos los recovecos de la geografía y del entorno. Hay que conocer muy bien el terreno, para saber pasar, para saber a qué se va y por dónde. Porque, creo sinceramente que, Ulises ya encontró la ruta de los mares para encontrar mi puerto y finalmente viene hacia mí, y tendré que asumir su prematura muerte con este dolor tan nuestro, tan largo de ausencias…
Para llegar debo descender por el camino abrupto y serpenteante desde la alta cumbre del cerro “Las Conchitas”, hasta las suaves y heladas arenas de la playa, “Mí Belén”. Un apartado hábitat donde se bañan los zorros silvestres, los chungungos y las aves marinas. Un lugar muy lejano y desconocido para la civilización urbana. Una bahía abrigadita, pequeña y solitaria, que se adosada como una mujer querendona que apoya su rostro sobre la rocosa geografía, ahítas de pinos, eucaliptos y quebrachos amarillos, que dibujan desde lejos, a la península de Laguna Verde.
A veces el verano llega aposentándose agradable y protegido del viento.
Los enamorados anónimos llegan como las libélulas para aparearse y levantan carpas a escondidas, por eso, los pescadores de caña fina, denominan al lugar, En el Ojo del Anzuelo.

Aquí el Océano Pacífico, en las estaciones invernales y de empecinadas tempestades, sobrepasa el nivel de la costa, aposándose sobre las espejeantes arenas como un lago cristalino, y sin embargo, hay algo invisible que lo contiene, porque si ese algo se decide, puede invadir hasta las paredes más altas, haciendo desaparecer el risco de las salientes rocallosas. Siempre el misterio es más grande que lo real y más insondable que cualquier posibilidad.
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Una camada de lobos marinos están disputándose, para dormir la siesta, la planicie superior de la única roca volcánica, que emerge solitaria desde las profundidades. Los más indefensos, sortean los vericuetos entre las porosidades oscuras, bañados de espuma. Y los más ancianos y obesos, sin ninguna posibilidad, flotan dormidos y el oleaje los bambolea a medio cuerpo sobre la superficie. Algún día próximo y sin ningún previo aviso, también, comenzaré a sentir el mutilante frío en los huesos y tendré que acostumbrarme al primer peldaño de La Tierra, mientras ella, asechándome asolapada a su naufragio rotundo.
Por estos andurriales, el panorama marítimo, sempiternamente en su hostilidad se desgasta y se desangra… desangrándose…sangra. Nada permanece, ni la flor ni la piedra.
Desde la pleamar, hasta la cumbre del cerro, conforman el lugar una herradura abierta hacia el mar, y el contorno de la baja planicie, es casi plano, salvo un leve declive hacia la orilla.
Por ambos costados de la herradura, el oleaje se mete por voluntad y fuerza entremedio de los roqueríos desmembrados, aseando las fecas y desperdicios que dejan los veraneantes. ¡Ah, si supiera Ulises, cómo se comportan sus congéneres sobre este continente!
Y precisamente hoy en la tarde no ha venido nadie desde hace mucho tiempo, huele como yo lo recuerdo a él, a huiros, cochayuyo, mar salobre, a flor de la puya y el perfume azul de los cactus floridos… ¡Fragancias y sudores!
Esta empecinada manía de separar las algas, la fauna del agua y de la tierra y volver a repasar con cautela hasta el confín del horizonte y salir nuevamente al paisaje, quizá un poco melancólica, pero más recompuesta y ordenada…Tenderme en la arena fría, de soslayo atravesar con la mirada el ojo del mar con su pupila enorme, vidriosa y temeraria, me llevaría mil años más. Desentrañar los miedos por los cuales se le teme al monstruo en un éxtasis o en un horror de dudas… O si se quiere eficazmente, liberar de una vez, el torniquete para que mane a borbotones el torrente por la arteria o fehacientemente comprobar, ya no mana sangre ni absolutamente nada, la vieja herida. O penetrar hasta el tuétano en aquel graffiti arrabalero, tan celeste y anónimo, escrito en la caliza pared del cerro, por esa poetisa que se creía el más loca de todos: Más que vidalita la vida es un tango. Más cuchillo, arrabal…Y de vez en cuando algún beso.
Por la Luna, la mar tiene su marea roja y la mujer también. Somos las reinas lunáticas, llevamos en el vientre un charco cálido y doloroso, que mes a mes brota entre las piernas, como una mariposa con sus alas rotas. Por lunación es nuestro estigma, y por el Sol, también La Vida.
¿Cómo liberar la región más virgen de nuestra libélula?
¿Llegará a saber el hombre lo que tiene que hacer?
¿Reconocerá en sí, algún día, al “Padre Nuestro” que la mujer extraña hasta la anciana adultez?

hacia el extremo noreste donde las dos quillas de la herradura se abren mar adentro y el paisaje perfora la punta del viento, Ulises, como un náufrago, agoniza moribundo y desdeñado por la inmensidad, confuso y confundido como un pingüino, no sabe si ha salido desde la caverna para echarse al agua y conquistar los mares nuevamente, o si viene saliendo del agua para entrar definitivamente hasta el fondo de La Tierra.
Nada más lúdico y grandioso, presenciar el testimonio de una metamorfosis o dar señales de la mutación de una especie. ¡Eureka, eureka, aleluya, aleluya! ¡Ulises, el cíclico cosmonauta ha regresado! No sabe cómo salir desde el mar afuera hacia la costa, ha perdido la visión de sus estrellas, ya no tiene fuerzas para seguir remando. Ha perdido la memoria del tiempo.
¡Vendito el canto de las sirenas, te han enviado a mi puerto!

Mucho más allá, en medio de la niebla, Elsinor, encaramado sobre la última saliente ígnea, muestra con el índice acusador, la señal del Sol, que va cayendo lentamente hacia las antípodas como una atea ardiente y grita hasta enronquecer: ¡Iiitacaaa! ¡Iiiitacaaa!
Pobre mi amado Ulises, tan empecinado, nunca quiso comprender que los océanos jamás liberaran a sus monstruos, ni el ser humano a sus cadenas. ¡Espero que no vuelva a girar la vista hacia atrás! Su barca ha encallado en la historia del hombre y tan desmembrada, y sin fuerzas para volver a reflotarla. ¡Pobre mi amado, qué será de él, cuando el mundo ya no lo recuerde, porque ni yo tengo las fuerzas para navegar, ni volveré a pasar dos veces por donde anduve…

LA noche desciende oscura y misteriosa hasta cubrir el contorno de la bahía, dibujando una herradura inmensa y con su manto milenario de tibios minerales me cubro del frío y duermo plácidamente por si el mar se atreve, total Ulises ha muerto, nada tengo que perder, salvo la región más virgen de mi libélula…
¿Por qué no se atreve a nacer?

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